Los gigantes de los tres cerros

En el Caldes de la época romana, llamado Aquae Calidae, ya había tres cerros de donde manaba agua caliente: el cerro de las Ànimes, el cerro de Sant Grau y el de las Moleres. Y los romanos fueron los primeros en aprovechar estas aguas y sus virtudes milagrosas. Pero al caer el Imperio romano, se entró en una época de inseguridad y de invasiones, que obligó a los caldenses a resguardarse en las montañas. Sin embargo, antes de hacerlo, enviaron de la península itálica una pareja de gigantes que hicieran de guardianes para que estuvieran al cuidado de sus emergencias hidrotermales.

Mientras que las invasiones de los bárbaros del norte pasaron de largo, los sarracenos, más conocedores de los valores mágicos y terapéuticos de las aguas, intentaron apoderarse de Caldes. La presencia de nuestros gigantes, fieles guardianes de las aguas y de los cerros, asustó inicialmente a los musulmanes, que idearon una estratagema para contrarrestarla. Trajeron del mismo centro de África una tarasca, monstruosa y feroz, para asustar a nuestros gigantes. La tarasca consiguió arrebatar el primer cerro, el de las Ànimes, y los gigantes iniciaron el contraataque. La giganta puso en juego la gracia y belleza para enamorar a la tarasca, y el gigante utilizó el diálogo razonado, medido y contemporizador, con argumentos de legalidad y pacifismo. Todo fue en balde. La tarasca persistió en su intento de apropiarse de los otros dos cerros.

Y aquí es cuando el azar y la naturaleza se decantaron de parte de los caldenses. Cuando la tarasca puso el pie en el tercer cerro, un gran terremoto abrió una gran fisura en la tierra precisamente donde estaba la temida bestia que, afortunadamente, bajó hasta el centro de la tierra.

Y gracias a los gigantes romanos de Caldes, y a la fuerza de la naturaleza de donde salían las aguas termales, podemos disfrutar todavía hoy de las maravillosas aguas calientes de Caldes.

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